12 de julio de 2011

Qué incertidumbre

¡Buenas!

La semana pasada, como casi todos los días, salí por la mañana a hacer algo de deporte por el paseo marítimo. Para los que no lo sepáis, vivo en una pequeña localidad de la Costa del Sol malagueña y tenemos el privilegio de poder disfrutar de una preciosa vista y un paseo marítimo amplio, bonito e ideal tanto para el botellón como para pasear. En junio, por las mañanas, la mayoría de la gente se encuentra o en clase, o estudiando o trabajando (los hay incluso que duermen); eso significa que el amplio paseo marítimo no está abarrotado de gente.

Pero algo llamó mi atención: la gran mayoría de las personas con las que me iba cruzando eran extranjeras. No es algo raro, teniendo en cuenta dónde estoy. Sin embargo, empecé a pensar por qué esas personas -jubilados del norte de Europa sobre todo- deciden dejar sus países y venir al sur de España y realmente no es difícil de entender: la calidad de vida aquí supera con creces a la que se puede alcanzar en muchos lugares. Llámese clima, sanidad y educación gratuitas y universales, caña + tapa, playa, sol, etcétera.

Fui hilando pensamiento tras pensamiento de la siguiente manera: los jubilados europeos se mudan al sur de España, a Mallorca o a las Canarias en busca de sol y playa; los jóvenes licenciados españoles, lejos de encontrar un trabajo cualificado que se adapte a sus posibilidades, formación y expectativas, se montan en el primer avión para intentar buscar algo digno en otros países de la UE (o más allá de la eurozona). Este año académico ya terminando lo he pasado en el extranjero, como la mitad de mi círculo de amigos de Málaga. No creo que sea casualidad que la proporción de los que se han quedado y los que nos hemos marchado sea idéntica. Vale sí, la mayoría hemos estudiado idiomas y nacimos con una maleta adaptable a lo que permiten las compañías aéreas low cost y sin ningún (o pocos) reparos en dejarlo todo e irnos a vivir a Berlín, pero esto quizá ya sea demasiado. Hasta donde yo sé, ninguno de mis compañeros de carrera está trabajando de algo relacionado con lo que estudiamos. Todo lo contrario, la mayoría están buscando otras salidas profesionales, planeando irse de nuevo al extranjero, estudiando otra cosa o usando el ingenio para sobrevivir.

Somos la nueva generación de emigrantes. Jóvenes titulados, sin experiencia pero con ganas e ilusión, sin cabida en el mercado laboral, hartos de escuchar la pregunta "¿qué harás cuando acabes la carrera?". Es mejor no terminar. ¿Para qué? Engrosar las listas del paro es la opción menos apetecible; salir del país podría ser otra y, quizá, a día de hoy, la más recomendada incluso por economistas especializados.

Llega un momento en el que el agobio e incertidumbre por el futuro son los factores que comparten la mayoría de los jóvenes españoles -especialmente los recién licenciados-. Mi visión actual se corresponde ya con una de tipo práctica y filosófica. Algo surgirá, algún día encontraré aquello que me está aguardando y con lo que seré feliz, o eso quiero pensar. Mientras tanto, la mejor idea parece ser imitar a los osos, comer mucho y entrar en estado de amodorramiento durante los años que dure esta dichosa crisis que nos trae por la calle de la amargura y que rellena tantas horas de televisión y tantas páginas de prensa. Hibernemos amigos. Tiempos mejores vendrán.

Y mucho ánimo a los aventureros y trotamundos establecidos en cualquier parte del planeta. De este planeta, claro.

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